No, no estoy desaparecido, solo un poco liado. sin embargo no me olvido de este mi rincón. Ni tampoco de vosotros. Por eso os dejo aquí, para que no perdais el gusto por seguirme, este pequeño relato.
Disfrutadlo y que este año que comienza os permita seguir sacando lo mejor de vosotras y vosotros mismos, como hasta ahora.
 
 
LOS ANGELES Y LAS NARANJAS EN LA PLAYA DE LAS PALMERAS
 
– Salve, bella Fulbia- le saludó el eunuco a la anciana cuando entró en las termas.
Fulbia le miró con una cierta indiferencia y se dirigió al cubiculum.
-Salud, Minerva- saludó Fulbia a una mujer más joven que ella, que se estaba preparando para entrar a la piscina.
La anciana se despojó de la túnica y se unió a la joven en el agua. A pesar de lo avanzado de su edad y de las señas evidentes del paso del tiempo, todavía conservaba la piel tersa y los pechos firmes. Pero sobre todo, su mirada altiva y orgullosa, denotaban un pasado lleno de historias que contar. De hecho, Fulbia escribía. Sus relatos tenían encandilada a la corte del emperador Nerón. Por eso, cuando la anciana entró en el agua, Minerva se apresuró a acercarse a ella, en la seguridad de que la deleitaría con una nueva historia. Fulbia se dio cuenta de ello y, sonriendo con malicia, se sumergió por completo en el agua haciéndose de rogar.
El eunuco, apartado de manera discreta en un rincón, no dejaba de observar las evoluciones de la anciana en el agua, lo que no pasó inadvertido a Minerva, sobre todo al darse cuenta de que en la mirada del joven mulato había preocupación.
Cuando Fulbia asomó la cabeza fuera del agua, la mirada del eunuco se relajó y Minerva aprovechó para preguntarle a la anciana:
– No sé, querida Fulbia, si te has fijado en la actitud de nuestro joven esclavo-
– ¿A qué te refieres, Minerva?- indagó la anciana preocupada.
– Está muy pendiente de ti- le contestó la joven, y añadió -¿A qué se deberá?-
Fulbia cerró los ojos y recostándose en el borde de la piscina, rememoró aquellos lejanos días en las playas de Valentia, hacía ya muchos años, cuando su vida deambulaba de un lado a otro y de lecho en lecho. Es verdad que ello le permitía ganarse unas monedas, pero no es menos cierto que también le posibilitaba disfrutar de los placeres del cuerpo, porque eso sí, los clientes no le faltaban y ello le daba opción a vivir con una cierta holgura y, además, elegir a los hombres con los que se acostaba.
Aquel día entró en su casa un hombre africano, ni siquiera se acordaba de sus nombre, pero sí de su cuerpo, negro como el azabache, fuerte y musculoso como un atleta, y con unas manos suaves como el terciopelo, lo que indicaba que no era un esclavo. Aquel hombre la encandiló como pocos lo habían conseguido. Fueron dos días y dos noches de locura, entregándose a todos los placeres, no se podría decir cuál de los dos era más experto en las artes amatorias. Alternaban las noches sudorosas con los paseos por la playa, entre las palmeras, mientras el ambiente se llenaba de una mezcla de olores entre el salitre del mar y los naranjos que llenaban los campos de alrededor.
Un buen día, el hombre de Africa se marchó sin despedirse y sin decir nada, tal y como había llegado. Nueve meses más tarde nació Malak, un ángel en su azarosa vida, un muchacho de color ceniza y que, a medida que iba creciendo, ganaba en fortaleza, siendo así que, a Fulbia, cada vez le recordaba más a su padre, especialmente en la mirada y en las manos.
Años más tarde, Fulbia llegó a Roma, siempre acompañada de Malak, su hijo. Allí prosperó y su fama como cortesana y contadora de historias le permitió rodearse de lo mejor de la corte del emperador. Cuando el niño llegó a la pubertad, la mujer se dio cuenta de que el muchacho no podía seguir junto a ella y, aprovechando su relación con el tribuno Lucius Flavis, le dejó a cargo del esclavo jefe de los eunucos de las Termas. Allí, Malek creció al margen de los avatares de su madre, pero bajo su protección y vigilancia, a la vez.
Fulbia sonrió y abrió los ojos. Su amiga Minerva se mantenía expectante frente a ella.
-Fulbia, Fulbia- le llamó- ¿Dónde estabas?- le preguntó.
– ¿Qué, qué?- indagó la anciana saliendo de su ensimismamiento –Qué me decías?
– Te he preguntado si te habías dado cuenta del interés del eunuco por ti- prosiguió Minerva -¿en qué pensabas?- volvió a preguntar fijando sus ojos en ella.
Fulbia miró de reojo al joven de color ceniza y sonriendo maliciosamente le respondió:
– En los ángeles  y las naranjas de la playa de las palmeras-
Y volviendo a cerrar los ojos, se sumergió, de nuevo, en el agua dejando a una Minerva sorprendida.
 
Txema Olleta
17-06-11