Acérquense vuesas mercedes, presten atención sin tardar
que aquesta humilde juglaresa presto inicia un nuevo cantar,
y si acaso alguno de ustedes en dudar diera de su veracidad,
recuerden que la historia, historia es sea verdad o cuento
y que quien aquesta les relata es Luzmar, la juglaresa con talento.
Ruégoles no se escandalicen aunque de abades y novicios trate aqueste enredo, porque es sabido que, aunque siervos de Dios, también son hombres de poco credo.
De muchos es sabido, oído o conocido las pendencias y trifulcas que, desde siempre han mantenido los monasterios de Leyre y el de la Oliva, regido el primero de ellos por los hermanos benedictinos y por los cistercienses, el segundo. Se trataba de dilucidar cuál de ambos dos monasterios era el principal, más por conseguir mayor cantidad de dinero de las arcas papales que por preservar la riqueza espiritual.. Según decían los insignes regidores de La Oliva, sus hermanos benedictinos habían experimentado un más que notorio relajo en la observancia de la regla monacal. Estos, en cambio, estaban convencidos del flaco favor que la rígida norma cisterciense hacía a la expansión de la fe entre las gentes del pueblo llano.
Pero lo que sí es cierto es que entre ambos monasterios existía una gran rivalidad, hasta que el abad de Leyre, Fray Lope Sanz, harto y de tan estéril pugna, decidió plantear a su rival, Aznario de Falces, como es notorio natural de dicha localidad, un encuentro entre ambos abades que dilucidara la controversia.
Estéril intento, créanme vuesas mercedes, ya que tanto Fray Lope como Aznario, por más que porfiaban no acertaban a llegar a un acuerdo. Cuanto más defendía el abad de Leyre su postura, más la negaba el de La Oliva, aduciendo que su monasterio era mayor en importancia y cercanía a las reglas papales.
Finalmente, ambos abades vinieron en convenir que se hacía necesaria la presencia de un tercer juez que, de manera neutra, dilucidara la cuestión. Y, a pesar de los recelos iniciales de Aznario, ambos decidieron que ejerciera como tal el Abad Juan, a la sazón fraile Mayor del Monasterio de san Juan de la Peña, que aunque perteneciente también a la Orden Benedictina, gozaba de fama de neutro e imparcial, es decir, sibilino y hábil para escabullirse, como buen fraile. Nuestro buen abad enseguida se dio en fijar en la tarea tan ingrata que se le estaba encomendando y haciendo gala de su agudeza y vagancia convino en decidir que un novicio le sustituyera en tan desagradable empresa. Juntáronse toda la congregación y en llamando al novicio más ingenuo y más reciente en el monasterio, un tal llamado hermano Romualdo, le prometió que si llevaba a buen término tamaña empresa le haría fraile de la Orden “ad eternum”. El buen novicio aceptó de buena gana porque demostrado está que la ingenuidad y la bisoñez no están reñidas con la vivacidad.
El novicio convocó a ambos dos abades en el lugar llamado Sta. María de Eunate, junto a la aldea de Obanos, con fama de lugar sagrado, mágico y onírico, no está claro si debido a fuerzas telúricas que dicen que hay o a ser tierra de vinos que el espíritu confunden.
Lo cierto es que juntáronse en dicho lugar nuestros dos abades sin entender nada de lo que se requería de ellos. Fray Romualdo (puesto que ya era fraile y no novicio) les conminó a entrar en el recinto con la encomienda para ambos de que cada uno debía convencer a su oponente de que la postura contraria a la que defendían era la buena; a más entender, Fray Lope debía argumentar a Aznario porqué el Monasterio de la Oliva era mayor en importancia que el suyo propio, y el Abad de la Oliva debía convencer al de Leyre de lo contrario. Ambos frailes miráronse sorprendidos pero, dado que eran las reglas que habían aceptado, no tuvieron más remedio que iniciarlo. Entraron, pues, ambos dos en el recinto octogonal y diéronse órdenes de cerrar las cien puertas. Siete días y siete noches anduvieron ambos abades discutiendo, debatiendo y argumentando y, dicho sea de paso, bebiendo, porque los únicos alimentos que Fray Romualdo se avino a conceder eran pan y los excelentes vinos de la tierra estellesa donde estaba situado este singular paraje.
Al finalizar el séptimo día tornáronse a abrir las puertas y, más bien torcidos que derechos, salieron ambos abades, no solo en su apostura física, sino aún también en la intransigencia de sus posturas iniciales. Preguntárosles a qué conclusión habían llegado tras tan prolongado debate y apoyándose uno en el otro y medio tambaleándose, más por los efluvios de la sangre de Cristo que por la falta de pitanza con que matar el hambre, se avinieron en convenir que el monasterio principal y aún mas importante jabía de ser el de Sta. María la real de Iratxe.
Tamaña confesión sorprendió a propios y extraños, pero dado que esa era la decisión de ambas partes, por tal se tomó por todos los presentes. Los monjes de Iratxe, a la sazón benedictinos, en agradecimiento por tamaño y extraño laudo tomaron en decidir la edificación de un lugar, lindante con el Monasterio, donde colocar unos barriles con su fuente para proveer a pregrinos, viandantes y aún a todo el que de ello quisiera disfrutar, de los deliciosos vinos de la tierra estellesa que tan buen resultado habían dado para dirimir tan singular discusión.
De muchos es sabido, oído o conocido las pendencias y trifulcas que, desde siempre han mantenido los monasterios de Leyre y el de la Oliva, regido el primero de ellos por los hermanos benedictinos y por los cistercienses, el segundo. Se trataba de dilucidar cuál de ambos dos monasterios era el principal, más por conseguir mayor cantidad de dinero de las arcas papales que por preservar la riqueza espiritual.. Según decían los insignes regidores de La Oliva, sus hermanos benedictinos habían experimentado un más que notorio relajo en la observancia de la regla monacal. Estos, en cambio, estaban convencidos del flaco favor que la rígida norma cisterciense hacía a la expansión de la fe entre las gentes del pueblo llano.
Pero lo que sí es cierto es que entre ambos monasterios existía una gran rivalidad, hasta que el abad de Leyre, Fray Lope Sanz, harto y de tan estéril pugna, decidió plantear a su rival, Aznario de Falces, como es notorio natural de dicha localidad, un encuentro entre ambos abades que dilucidara la controversia.
Estéril intento, créanme vuesas mercedes, ya que tanto Fray Lope como Aznario, por más que porfiaban no acertaban a llegar a un acuerdo. Cuanto más defendía el abad de Leyre su postura, más la negaba el de La Oliva, aduciendo que su monasterio era mayor en importancia y cercanía a las reglas papales.
Finalmente, ambos abades vinieron en convenir que se hacía necesaria la presencia de un tercer juez que, de manera neutra, dilucidara la cuestión. Y, a pesar de los recelos iniciales de Aznario, ambos decidieron que ejerciera como tal el Abad Juan, a la sazón fraile Mayor del Monasterio de san Juan de la Peña, que aunque perteneciente también a la Orden Benedictina, gozaba de fama de neutro e imparcial, es decir, sibilino y hábil para escabullirse, como buen fraile. Nuestro buen abad enseguida se dio en fijar en la tarea tan ingrata que se le estaba encomendando y haciendo gala de su agudeza y vagancia convino en decidir que un novicio le sustituyera en tan desagradable empresa. Juntáronse toda la congregación y en llamando al novicio más ingenuo y más reciente en el monasterio, un tal llamado hermano Romualdo, le prometió que si llevaba a buen término tamaña empresa le haría fraile de la Orden “ad eternum”. El buen novicio aceptó de buena gana porque demostrado está que la ingenuidad y la bisoñez no están reñidas con la vivacidad.
El novicio convocó a ambos dos abades en el lugar llamado Sta. María de Eunate, junto a la aldea de Obanos, con fama de lugar sagrado, mágico y onírico, no está claro si debido a fuerzas telúricas que dicen que hay o a ser tierra de vinos que el espíritu confunden.
Lo cierto es que juntáronse en dicho lugar nuestros dos abades sin entender nada de lo que se requería de ellos. Fray Romualdo (puesto que ya era fraile y no novicio) les conminó a entrar en el recinto con la encomienda para ambos de que cada uno debía convencer a su oponente de que la postura contraria a la que defendían era la buena; a más entender, Fray Lope debía argumentar a Aznario porqué el Monasterio de la Oliva era mayor en importancia que el suyo propio, y el Abad de la Oliva debía convencer al de Leyre de lo contrario. Ambos frailes miráronse sorprendidos pero, dado que eran las reglas que habían aceptado, no tuvieron más remedio que iniciarlo. Entraron, pues, ambos dos en el recinto octogonal y diéronse órdenes de cerrar las cien puertas. Siete días y siete noches anduvieron ambos abades discutiendo, debatiendo y argumentando y, dicho sea de paso, bebiendo, porque los únicos alimentos que Fray Romualdo se avino a conceder eran pan y los excelentes vinos de la tierra estellesa donde estaba situado este singular paraje.
Al finalizar el séptimo día tornáronse a abrir las puertas y, más bien torcidos que derechos, salieron ambos abades, no solo en su apostura física, sino aún también en la intransigencia de sus posturas iniciales. Preguntárosles a qué conclusión habían llegado tras tan prolongado debate y apoyándose uno en el otro y medio tambaleándose, más por los efluvios de la sangre de Cristo que por la falta de pitanza con que matar el hambre, se avinieron en convenir que el monasterio principal y aún mas importante jabía de ser el de Sta. María la real de Iratxe.
Tamaña confesión sorprendió a propios y extraños, pero dado que esa era la decisión de ambas partes, por tal se tomó por todos los presentes. Los monjes de Iratxe, a la sazón benedictinos, en agradecimiento por tamaño y extraño laudo tomaron en decidir la edificación de un lugar, lindante con el Monasterio, donde colocar unos barriles con su fuente para proveer a pregrinos, viandantes y aún a todo el que de ello quisiera disfrutar, de los deliciosos vinos de la tierra estellesa que tan buen resultado habían dado para dirimir tan singular discusión.
Y créanme vuesas mercedes que, aquesta juglaresa da fe de ello,
cuando a Estella se acerquen o por Iratxe pasen,
tendrán un lugar de descanso donde recordar la historia de la Oliva y Leyre
de Fray Lope, Aznario, el novicio Raimundo y todo aquello.
cuando a Estella se acerquen o por Iratxe pasen,
tendrán un lugar de descanso donde recordar la historia de la Oliva y Leyre
de Fray Lope, Aznario, el novicio Raimundo y todo aquello.
Txema Olleta
13-02-09
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