A la sombra de tus brazos me senté,

mientras el suave murmullo del aire
me adormilaba recostado en tu tronco,
y las ramas de tu pelo acogían con ternura
los nidos donde se refugiaban las mariposas.
Tus raíces, fuertes, robustas y amorosas
se hacen una con las entrañas de la tierra,
y por encima, elevándose hacia lo infinito,
llenándolo todo de verde esperanza,
tus dedos, que suavemente me acarician.
Sombra que del sol duro y seco me protege,
bastón en el que apoyarme en mis desdichas,
arrullo que en tu seno me adormece
y, aunque de mi pecho salgan flores marchitas,
siempre estarás ahí, en la tierra clavada.