Era viernes a mediodía cuando llegamos al hotel que sería nuestro cuartel general los próximos días. El chico participaba en el Campeonato de España de Cubo de Rubik y había estado preparándose todo el año para el evento. Horas y horas investigando los algoritmos y los misterios que encierra este artilugio lleno de combinaciones y probabilidades. Pero el misterio no está en el cubo en si, sino en quien lo hace, y de Alex me fascinaba su capacidad de abstracción y su manera de quedarse mirando al cubo antes de cada entrenamiento, observándolo fijamente como si quisiera deshacerlo pieza a pieza y volver a construirlo en su mente.
Ya habíamos hablado de ello antes de salir y su objetivo era, simplemente, mejorar sus marcas, conocer a sus amigos de los foros y pasárselo bien. Cuando fueron llegando los demás participantes procedentes de diferentes lugares del país y diversas edades y estamentos sociales, el vestíbulo del hotel se convirtió en une fiesta de risas, cubos y abrazos bajo la atónita mirada del personal del establecimiento.
Al día siguiente, por la mañana temprano, nos dirigimos al Parque Warner, lugar donde se celebraría el Campeonato. La niebla invadía el entorno dándole al parque un aspecto de misterio y magia.
A las 11 de un punto dio inicio al campeonato en diferentes modalidades. La gente aplaudía cuando algún participante conseguía buenos tiempos y aunque Alex se esforzaba y lograba buenos resultados intuía que tenía la mente puesta en otra cosa. Mientras a la vez, compartía con sus amigos las diferentes combinaciones, probabilidades y sobre todo compartía confidencias, amistad. Yo le veía moverse entre mesas, sillas y le sentía feliz, en su mundo, entre su gente. Pero en sus ojos sentí también la determinación de hacer algo importante. Llegó la hora de la comida y durante ese tiempo, aunque estuvo alegre, yo notaba que la tensión le iba creciendo por momentos. Volvimos al salón donde se celebraba el campeonato y al poco de entrar llamaron a los participantes de la modalidad multiblind, que consiste en hacer más de un cubo a la vez y a ciegas.
Alex pidió dos cubos al igual que los demás competidores, excepto uno que decidió hacer cinco. ¡Dos cubos a la vez y a ciegas! El estómago se me encogió de golpe al ver la firme decisión con la que Alex tomaba esa opción. El silencio se impuso en la sala. Un silencio tenso, espeso. Alex se colocó el antifaz en la frente, meneó la cabeza a un lado y al otro para aliviar la tensión y cerró los ojos para adquirir el máximo de concentración. Para asegurarse un mayor aislamiento se colocó unos tapones en los oídos y con un signo de la cabeza confirmó que estaba preparado. Entonces mi corazón me dijo que lo conseguiría. Los mezcladores le colocaron los dos cubos deshechos y Alex, poniendo sus manos en el cronómetro de mesa, dio inicio al tiempo.
Le vi coger primero un cubo con sus manos, casi acariciándolo, le dio vueltas como queriendo descifrar sus misterios, memorizando la posición de cada color, de cada pieza. Se entabló un diálogo mudo entre el cubo y él. Lo dejó con cuidado, casi con mimo y cogió el segundo cubo realizando con él la misma operación. Cuando acabó de memorizar la posición de cada pieza y color y los movimientos que tenía que realizar para hacer los cubos, suavemente, sin perder la concentración pero con rapidez se tapó los ojos con el antifaz, cogió el primer cubo y empezó a hacerlo. Los dedos se movían con extrema rapidez para ganarle al tiempo, girando las piezas, en un sentido y en otro, con movimientos precisos, seguro de sí mismo. Yo le miraba desde esa posición de espectador abierto que te permite observar cada detalle de lo que se ve y de lo que se siente, y me di cuenta de que Alex y el cubo eran uno. Estaban hablando… mentalmente. Cuando consideró que estaba hecho (y lo estaba) cogió el segundo cubo e inició el mismo diálogo.
De repente soltó el cubo sobre el tapete, perfectamente hecho, y paró el tiempo. Lentamente alzó el antifaz lo suficiente para ver que había acabado. Alex Miró los dos cubos, miró al público, me miró a mi y miró el reloj, todo ello como si siguiera en trance en el interior de los dos cubos. ¡12,23! ¡Subcampeón de España! Lentamente se levantó, se acercó hacia mí mientras sus ojos estaban iluminados con un brillo especial y, con su habitual aparente indiferencia, me dijo:
-Vamos aita, que ahora participan los del interescolar.
Txema Olleta
7-12-09
Hola Txema, relato corto pero intennso, me he puesto nervioso haciendo fuerza para que acabara los cubos rápidamente…
Si es un hecho verídico, me causa verdadera admiración.
Un abrazo
Real como la vida misma, Pablo. Es mi hijo Alex de 17 años y el Campeonato se celebró en Madrid el puente de la Inmaculada
Doy fe de ello Pablo, Grandísimo Relato Txema, como siempre!!!
ederto idazten duzu
Hola Txema, me gustan tus relatos, son como tú fuertes y sinceros. No me dejo caer por aquí tanto como debería, pero cada vez que lo hago es una satisfacción. ¡Gracias!