Cuando escribí el relato que vísteis en un post anterior, «EL CUBO», no tenía la menor idea de que sería el comienzo de ningún proyecto. pero el hecho es que, a raiz de escribirlo, me surgió la idea de hacer un relato para cada uno de mis hijos, historias que retrataran su carácter a través de un logro conseguido o por conseguir. Y de aquí me llevó a iniciar una serie de relatos que, con estas premisas, retrataran personas o situaciones cercanas a mi. Por eso la serie se llama «Desde lo cotidiano».
«El cubo» fué el inicio, pero ahora os presento otra de esas historias. «En el aire» retrata algo tan simple en el baloncesto como es un «mate», pero es sobre todo la fotografía de mi hijo Dani. Disfrutad de él tanto como yo disfruté escribiéndolo.
EN EL AIRE
Los aficionados fueron entrando en el pabellón mientras la música de las txarangas iba llenando el ambiente. Era un partido de cadetes, pero aquello parecía la ACB por el enorme ambiente existente. Bien es cierto que era la final del campeonato de basket y ello propiciaba el éxito de público.
Me senté en la primera fila cercana al campo para no perderme nada de aquel partido. Dani se había preparado a conciencia para dar el cien por cien. Yo le había visto jugar toda la temporada y, aunque sabía que el entrenador confiaba en él, lo cierto es que no había conseguido ser titular indiscutible y yo esperaba que, con sus cualidades físicas, explotara un día de estos. Aún así, Dani era una pieza importante para el equipo. Jugaba de base, habitualmente, y su principal preocupación estaba en que no lograba crecer lo suficiente como para hacer los mates que sus compañeros más altos del equipo si obtenían.
Dani lo intentaba una y otra vez, pero no lo conseguía. Yo le solía animar diciéndole: «ya lo conseguirás, no te preocupes». Pero le veía día tras día esforzarse en vano.
Con un estruendo de voces y bocinas entraron los jugadores de ambos equipos en la cancha. Yo les veía impresionados por la enorme expectación que había generado este partido y temí que ello les acobardara. En cuanto los árbitros dieron la señal de comienzo, enseguida me percaté de que el ambiente de las gradas se había trasladado a la cancha y ambos equipos se entregaron al partido de tal manera que el tiempo se sucedía con un marcador muy igualado. Yo le veía a Dani muy seguro de sí mismo en su papel de organizador del juego, iniciando las jugadas, dando órdenes, y me daba cuenta de que sus compañeros de equipo lo aceptaban con un gran respeto. Dani, salía de atrás botando el balón con parsimonia, mientras de reojo miraba las posiciones de sus compañeros y mentalmente elaboraba la jugada. De vez en cuando sorteaba a sus adversarios, más altos que él, por entre sus piernas y al llegar bajo la canasta hacía una pirueta y encestaba.
Así, llegaron al descanso con un empate en el marcador. El entrenador les debió felicitar en el vestuario porque al salir de nuevo a la cancha lucían en sus rostros una expresión de haber conseguido algo importante. En la misma tónica transcurrieron el tercer y casi todo el último cuarto. En el marcador se sucedían los empates o las ventajas mínimas para uno u otro equipo. A falta de dos minutos para el final salió de nuevo Dani a la cancha. En su rostro, la expresión de la tranquilidad y la confianza en sí mismo y en los compañeros. Hacía su papel, como siempre, pero me di cuenta de que sus ojos miraban al aro de vez en cuando. La tensión se mascaba en el ambiente. A falta de 12 segundos para el final ambos equipos estaban empatados y tenía la posesión del balón el equipo contrario. De repente le vi a Dani apretar los puños y tensionar los músculos de la cara y con una finta ágil robarle el balón al jugador contrario. El público se puso de pie enardecido y aumentó el vocerío. Dani avanzó con rapidez, atravesó el medio campo y le pasó el balón a su pívot que estaba a la derecha de la canasta contraria, un poco lejos todavía de ella. Este, ante la presencia de un contrario, tuvo que tirar a canasta. Quedaban cinco segundos. Dani vio que el balón no entraría, echó a correr y esquivando a dos jugadores llegó al pie de la canasta y saltó. El tiempo se paró de repente y mi corazón también. El público enmudeció. Entonces lo vi. El balón, un poco pasado de la canasta, suspendido en el aire; Dani pegó un salto y se colocó junto a él con los brazos extendidos. Como si fuera una película a cámara lenta, Dani cogió el balón con fuerza y lo metió en la canasta, así como estaba, suspendido en el aire. Cayó de espaldas en el suelo y se quedó quieto mirando la canasta. Entonces se levantó y los jugadores de los dos equipos le rodearon de abrazos y felicitaciones. El público enardeció llenando el pabellón con su nombre. Entonces él me miro con el rostro lleno de felicidad, dándome las gracias con la mirada por haber confiado en el.
Poco a poco, todo el mundo fue abandonando el pabellón. El público, los jugadores… yo me quedé un poco más disfrutando del momento, de Dani y de su mate. El mate que le acababa de hacer a su vida.
Hola,¿Como anda todo? espero bien y por lo que veo en tu sitio,como siempre todo muy interesante me gusto mucho lo que publicas,me sienta bien pasar por aqui,sigo pasando y ya que voy de paso,invitarte a mi blog a peregrinar un poco con algo nuevo,mucha luz y hasta pronto…