Patricia y Víctor se levantaron muy nerviosos esa mañana. Era el día, el gran día. Llevaban más de dos meses viviendo en casa de los padres de él debido a que, un buen día decidieron darle la vuelta a su vida, y no se les ocurrió mejor manera de hacerlo que empezar por su casa, su hogar desde hacía 27 años y que ahora compartían con sus tres hijos. La envergadura de la obra supuso el traslado de toda la familia y, por supuesto el vaciado de todas las cosas que tenían dentro.
Y ahora, cuando estaban a punto de volver a su hogar, Patricia recordaba las sensaciones y sentimientos que les habían embargado a ambos mientras llenaban las maletas , hacía ya más de dos meses, y que juntos habían compartido como tantas otras cosas en su vida. Habían estado llenando cajas a la vez que vaciaban armarios. 27 años de su vida fueron pasando de los cajones a las cajas; 27 años de experiencias irrepetibles, de alegrías, de sufrimientos. Allí estaban los apuntes de un curso que hicieron los dos, las fotos de su boda, los análisis de su hijo cuando, de pequeño, le detectaron una grave enfermedad. Más apuntes de más cursos compartidos; papeles y más papeles de escritos comprometidos y guardados con mucho cariño. Patricia y Víctor siempre supieron que, desde que se conocieron, habían creado a su alrededor una especie de círculo protector que les había ayudado a superar las adversidades, y eran muy conscientes de que esa protección se había extendido a su hogar y a los que en él convivían. Por eso el hecho de vaciar su casa les había creado un cierto desasosiego porque les había hecho sentir como si rompieran ese círculo. Aún así habían tomado la decisión porque intuían que eso era lo que tenían que hacer.
Salir de su casa, para ellos, había sido un poco como morir y, ahora, al regresar, Patricia tenía la sensación de volver a renacer. Tendrían que reconstruir ese aura protectora, pero eso no les costaría demasiado gracias al círculo de amor que habían ido construyendo con sus tres hijos y que ni siquiera el traslado había conseguido romper.
Sabían que, aunque volvieran a meter otra vez toda su vida en los armarios algo habría cambiado, porque nada estaría colocado como antes. Pero sobre todo, lo que más ilusionaba del regreso a Patricia, a ambos, era que, lo colocaran como lo colocaran, en esos armarios habría más sitio para seguirlos llenando con sus vidas; porque lo positivo del traslado era que éste les había permitido deshacerse de las amarguras, de aquello que les había producido dolor y quedarse con lo que realmente importaba. Y además, les había permitido hacer hueco para seguir viviendo.
Txema Olleta
18-04-08
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