Muchas veces me he preguntado el sentido de mi existencia. Unas veces soy de pasta, otras de metal y puedo ser, incluso, de madera. Me pueden doblar, romper, recoger, desplegar. Sirvo de soporte a mis compañeros ¡Ellos sí que son importantes! Les dan la vista a nuestros dueños, los humanos. ¡Qué simple y vacía parece mi forma de vida!
Pero como en todo, amiga lectora, la existencia de las cosas tiene una connotación mucho más compleja de lo que a simple vista parece. Mis compañeros y yo somos uno en la individualidad. Ellos no son nada sin mí y yo no soy nada sin ellos. Ellos permiten la percepción de la belleza de los colores, de las formas, de las dimensiones. Yo les transporto, les protejo y les coloco en el lugar adecuado para realizar su función.
De nosotras depende que nuestro dueño se sienta bien o mal consigo mismo. Podemos realzar la belleza o la fealdad. Nosotras hacemos a las personas gordas o delgadas, altas o bajas, serias o alegres. Mostramos lo mejor y lo peor de nuestros dueños porque los ojos son el espejo del alma, y nosotras somos la ventana por donde esos ojos se asoman y se reflejan.
Cuando el sol golpea con toda su fuerza e intensidad, nosotras cubrimos de un manto protector, como si de una cortina vaporosa se tratara, los ojos de nuestro dueño. Cuando la noche se adueña de la vida, necesitamos ser transparentes para que los ojos puedan apreciar con toda nitidez el lado oscuro y el alegre de los hombres. Ayudamos a descubrir el mundo en la infancia, bailamos, estudiamos y les ayudamos a seguir creciendo en la juventud. Mantenemos viva la esperanza en la madurez y, finalmente, nos despedimos con la satisfacción del trabajo bien hecho, cuando llega la hora de la partida.
Pero si algo da sentido pleno a nuestra existencia, es el sentir el reconocimiento y el cariño con que nuestros dueños nos guardan en la funda al acabar la jornada, día tras día. El simple hecho de mirarnos, limpiarnos, plegarnos con delicadeza y meternos en la funda. En ese gesto hay mucho de agradecimiento y de amor. Descansar arropados al calor acolchado de nuestra cama, sintiéndonos protegidas y felices por hacer felices a los humanos.
Es, entonces, cuando cobra todo su sentido nuestra existencia.
Txema Olleta
16 de mayo de 2008
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